El músico que le tocó al diablo. Leyenda de Durango
Se dice que en Durango hubo una gran fiesta, organizada por el mismísimo príncipe de las tinieblas, para la cual contrató música en vivo
DURANGO, Durango.- Si visitas la ciudad de Durango y realizas el recorrido en el teleférico, muy probablemente el operador te contará datos curiosos acerca de los lugares por los cuáles pasa este transporte panorámico. Uno de los sitios de interés es una casona ubicada sobre la avenida Fanny Anitúa, donde se dice que alguna vez el diablo dio una fiesta.
¿Quién fue el músico que le tocó al Diablo?
El maestro Arturo Lugo Navarrete fue un importante músico duranguense, compositor y director de orquesta, cuyo nombre cobraba fama a principios del siglo XX. Su nombre, de hecho, se encuentra grabado en el kiosco de la Plaza de Armas de la capital de Durango, junto a los nombres de otros duranguenses célebres.
La orquesta del Maestro Lugo fue reconocida en 1904 como la mejor del norte del país. Por esta razón, no era de extrañarse que se les contratara para tocar en los mejores recintos, en las mejores fiestas y para las familias más adineradas de Durango. Sobra decir que sus precios eran elevados, dada la calidad de sus interpretaciones.
Ver nota:
Panteón de Oriente: La leyenda de 'La Apuesta'
¿De qué trata la leyenda del músico que le tocó al Diablo?
No obstante, un humilde ranchero duranguense logró juntar la suma requerida para contratar a la orquesta, pues le hacía mucha ilusión realizar una fiesta inolvidable para los XV años de su hija. Cuando el hombre llegó a solicitar los servicios de la orquesta, Lugo Navarrete le rechazó sin importar que pudiera pagarle, argumentando que ellos no podían bajar su nivel presentándose en las rancherías. Al ser confrontado por los miembros de su orquesta, pues la fecha estaba libre y les habría caído bien ganar algo de dinero, Arturo refirió que la clase y el aspecto de las personas era muy importante para conservar su estatus, añadiendo después la famosa frase 'Si el diablo viene elegante y bien vestido, al mismísimo diablo le toco'.
Varios días pasaron y el incidente poco a poco se fue olvidando. Otros contratos llegaron y la orquesta siguió trabajando de manera regular.
Una noche llamaron a la puerta del maestro Lugo. Tiempo después, él mismo relató que se trataba de un hombre muy elegante, alto y bien parecido, vestido con ropa fina y evidentemente costosa, al igual que su calzado y su sombrero. Este hombre solicitó los servicios de su orquesta y entregó al maestro una generosa suma en monedas de oro, haciendo énfasis en que tendría un baile muy importante y quería solo lo mejor para deleitar a sus invitados. Obviamente el maestro aceptó, se realizó el contrato y se definieron los pormenores del evento.
La fiesta, como se había anticipado, era lo más lujoso que habían visto la mayoría de ellos. Cada detalle estaba exquisitamente cuidado y era bastante obvio que el anfitrión no había reparado en gastos, tal como lo hizo al contratarles.
Hasta la fecha existen algunas discrepancias en la ubicación exacta de este ostentoso baile, pues algunas personas comentan que fue en una casa ubicada frente a la actual Facultad de Economía, Contabilidad y Administración (FECA), mientras que otros tantos aseguran que 'El Caserón', como llamaban a la propiedad, estaba ubicada justamente donde ahora están la FECA y la Facultad de Derecho.
El baile inició puntualmente y en poco tiempo el recinto se llenó de personajes igual de elegantes y, en su mayoría, agraciados en sus facciones y maneras. Algo que empezó a llamar la atención de los miembros de la orquesta, además de la belleza de los invitados, era que no reconocían absolutamente a nadie. Al ser contratados frecuentemente por las mejores familias de Durango, identificaban muy bien a la mayoría de los miembros de esta reducida élite. Muchos, sin embargo, asumieron que quizás se trataba de invitados foráneos y, a juzgar por sus rasgos, podría incluso tratarse de extranjeros.
A pesar de que todos bailaban con singular alegría, por alguna extraña razón el banquete permanecía intacto ya avanzada la noche. Durante uno de los descansos de la orquesta, mientras los músicos comían, el director aprovechó la oportunidad para caminar entre los invitados, buscando entablar alguna conversación para, de ser posible, hacerse de nuevos clientes. Aunque le respondían con cierta cortesía, no le prestaban atención ni le incluían en las pláticas. Siguió probando suerte hasta que creyó ver de reojo que le hacían señas al otro lado del salón.
Para su sorpresa, se trataba de una cara conocida, era una comadre suya a quien no veía desde hacía muchos años. Al acercarse alegre a saludarla, relató que ella no se veía tan entusiasmada y que en vez de contestar a su saludo, lo único que le digo fue que abandonara la fiesta cuanto antes.
'Compadre, váyase. Váyase cuanto antes' le dijo 'Terminen de tocar y retírense de inmediato o la única música que escucharán será el lamento de los condenados'. Desconcertado, Arturo Lugo levantó la vista y miró a su alrededor, cuando localizó al anfitrión de la velada, notó que tenía la mirada fija en él y, dijo, algo en esa mirada le hizo sentir un tremendo escalofrío que le recorrió toda la espalda.
Desconfiado, se despidió de la comadre y se dirigió a los demás músicos, quienes se hallaban igualmente aturdidos pues el ambiente parecía haber cambiado y se notaba cierta euforia inquietante entre los asistentes, incluyendo miradas extrañas y risas estruendosas, así como expresiones de angustia en algunos y la mirada perdida en otros.
Atemorizados comenzaron a recoger sus instrumentos y caminando cada vez más apresurados, se retiraron del lugar, dando por terminada su presentación, sin que a nadie pareciera importarle mucho que se fueran.
Todavía confundido y espantado, Lugo Navarrete llegó a su casa, donde se dio cuenta que, en la carrera, había olvidado su violín en aquella casa. Sin ánimos de volver por esa noche, decidió regresar a buscar su instrumento a la mañana siguiente.
Con cierta reserva se dirigió al domicilio para llevarse una sorpresa todavía más desagradable: Aquel gran caserón se encontraba en el completo abandono. La lujosa puerta por la que habían entrado la noche anterior estaba desvencijada y desgastada por el tiempo y los elementos. Las paredes, donde colgaban enormes pinturas enmarcadas en oro, se encontraban desnudas y carcomidas. Pocos de los cristales de sus ventanales seguían sobre sus molduras, quebrados y opacos.
Al adentrarse en la construcción con la esperanza de encontrar un cuidador o alguna respuesta, todavía pensando que debía haber una explicación, se percató de que reinaba un silenció absoluto que le erizó la piel. Se giró para abandonar el lugar de inmediato, cuando vio su violín recargado en una de las bardas de adobe. Lo tomó a toda prisa y salió corriendo.
Ver nota:
Leyenda de Durango: La casa verde de la Cruz Roja
¿Qué sucedió con el músico Arturo Lugo?
Tiempo después, cuando se animó a contar lo sucedido entre personas de su absoluta confianza, alguien le informó que la comadre de la que hablaba llevaba siete años fallecida. Aparentemente atentó contra su propia vida, por lo que hallaron algo de sentido en el hecho de que su alma estuviera penando junto a los condenados, como ella misma los había llamado.
Después de esa noche, la orquesta poco a poco decayó hasta desintegrarse y Arturo Lugo Navarrete murió en la miseria el 10 de julio de 1949.
El relato trascendió a través de aquellas personas a quienes confió lo sucedido, así como la frase con la que retó al diablo a hacer su elegante aparición para contratar sus servicios.
Poco a poco la historia fue pasando de boca en boca, de generación en generación, hasta quedar inmortalizada en el acervo cultural de los duranguenses.
Parafraseando al maestro Manuel Lozoya, les digo 'como me lo contaron a mí, se lo cuento a usted, amable lector'.
Ver nota:
La visita a los siete templos; una leyenda duranguense de Semana Santa